Ahora, sobre el parpadeo de las luces de esta sonámbula ciudad, se extienden hacia direcciones opuestas, agigantándose cada vez más, los extremos de esta silueta tan perfectamente recortada en este negro telón, que cae todos los días, haciéndonos parte de una función libre y gratuita, pero ajena a toda cadena de espectáculos de luces de neón.
Nos sentimos agonizar, sin embargo, por esta dosis de intermitencia interminable (de subidas y bajadas de telones), cuando no sabemos encontrar ese cartel verde que indica, la mayoría de las veces, que todo va bien, u otras tantas: la "salida de emergencia". A veces nos atascamos, como ciego ganado, en esa puerta junto a cientos más, como si todo se tratase de un simulacro y no tuviésemos otro remedio más que escapar. Pero vuelvo la mirada hacia arriba, y cae la primer gota sobre la frente arrugada. ¿Un simulacro? No, aquí nadie nos da chances para simular nada. Simulando no escapamos de algo, hay algo que se escapa de nosotros.