miércoles

La noche en que ella se empieza a descubrir, luminosa en medio de lo oscuro, marcando el gesto de un ojo cerrado, pestañas de fuego, cual contorno vedado de parte íntima de mujer de pantano, con la sola certeza de un amor, pero miles de interrogantes. Como qué pasaría si cada uno de nosotros una vez sola, aunque sea una miserable vez, tuviésemos que vestirnos en medio de una de estas escenas que nos acerca a la danza de incontables estrellas, para cargar sobre un camión oliendo a la más rancia putrefacción, todos los desechos de una ciudad que no duerme. ¿Quién entonces cura esas almas? ¿Acaso se podría fabricar almas que se curen solas, o cicatricen al menos, por si solas? 
Ahora, sobre el parpadeo de las luces de esta sonámbula ciudad, se extienden hacia direcciones opuestas, agigantándose cada vez más, los extremos de esta silueta tan perfectamente recortada en este negro telón, que cae todos los días, haciéndonos parte de una función libre y gratuita, pero ajena a toda cadena de espectáculos de luces de neón. 
Nos sentimos agonizar, sin embargo, por esta dosis de intermitencia interminable (de subidas y bajadas de telones), cuando no sabemos encontrar ese cartel verde que indica, la mayoría de las veces, que todo va bien, u otras tantas: la "salida de emergencia". A veces nos atascamos, como ciego ganado, en esa puerta junto a cientos más, como si todo se tratase de un simulacro y no tuviésemos otro remedio más que escapar. Pero vuelvo la mirada hacia arriba, y cae la primer gota sobre la frente arrugada. ¿Un simulacro? No, aquí nadie nos da chances para simular nada. Simulando no escapamos de algo, hay algo que se escapa de nosotros.
Emir Ozsahin

martes

En lo alto del valle
una cumbre hueso pélvico
bosque abriéndose adentro
agonía compartida
éxodo del día
planeta del deseo.
Alex Howitt

La pelea entre lo que se llevó
y lo que quedó.
La justa medida
arrebatada por algún Dios
que se perdió.
El puente siempre estuvo ahí.
La lluvia podría ser más feroz.
Encontrarte podría significar que.
Y no extrañarte es no.
Rehacerse montaña de picos nevados
erguidos sobre zapatos de tacos altos
zarpamos en espejos de agua
de cielos enajenados
de palabras distintas
jugando al ocaso,
para no ser
simple decoro armonioso,
si no arma, gatillo, mano,
selva errática,
fuego que crece
sin esperarlo.
Kramer O’Neill

viernes

Reniego de esta obsesión asquerosa
que me asalta el cuerpo todo.
Pero más reniego
de este tiempo poco
este tiempo vacío,
huérfano, acalambrado,
rasgado, frío,
tiempo cartón.
Ekioh Hosoe

sábado

Y uno se acostumbra
a ver el sol
siempre desde abajo,
las nubes,
siempre desde abajo,
el paso de los exhaustos,
el andar de los torpes,
de los imprudentes,
de los con corbata,
de los sin corbata,
de los descalzos.
Los edificios,
los cubículos dentro de ellos,
los hartazgos,
el cemento,
el despertar de un hombre
en el banco de una plaza.
Los aviones y los pájaros
que vienen y van,
quién sabe dónde,
y quién sabe dónde van
todas las cartas sin escribir.
Y uno se acostumbra
a ver las tormentas
siempre desde abajo,
las casas de madera,
de chapa, de barro,
de resistir humano,
cotidiano.
Las primeras gotas del día,
los árboles y su inmensidad,
unos ojos
que preguntan mil cosas
que no sabemos responder,
que no podemos evitar.
Los balcones,
siempre cargados de historias,
de plantas,
de colillas de cigarrillos
o de mirones;
las veredas,
que ahora son
de las hojas que las visten
de todos los colores del atardecer.
Y uno se acostumbra
a los rostros cansados
después de la larga jornada laboral,
los pasos pesados,
las luces de los faroles
como amenazantes esta vez.
A las mujeres que callan,
resisten, duelen,

desaparecen,
sangran, mueren,
en tortuosos silencios,
en los días de siempre,
en los ojos de todos
y de nadie.

A escuchar día a día
la muerte como cifras,
padres con el grito roto
y un hijo destrozado
entre sus brazos, en Palestina
y en el mundo que no vemos.
A los 43, 44, 45, 46
30.000
gargantas aguerridas
que quisieron enmudecer, 
que quisieron enterrar,
sin saber que despertaron
muchísimas más.
Y uno se acostumbra,
a mirar siempre desde abajo
la luna, el cielo,
los trajes, las calles
las ropas sucias,
el barro, el llanto,
los autos, los relojes,
los besos, los bostezos,
los adornos, los excesos,
el hambre
en la puerta de un supermercado.

Y uno se acostumbra
a lo que se puede asaltar
despellejar
arrancar
desencadenar,
hasta construir
costilla por costilla
de nuevo el mar
de nuevo el océano
de nuevo el fuego
necesario
para armarnos,

para amarnos.
Konstantin Naumov