miércoles

La noche en que ella se empieza a descubrir, luminosa en medio de lo oscuro, marcando el gesto de un ojo cerrado, pestañas de fuego, cual contorno vedado de parte íntima de mujer de pantano, con la sola certeza de un amor, pero miles de interrogantes. Como qué pasaría si cada uno de nosotros una vez sola, aunque sea una miserable vez, tuviésemos que vestirnos en medio de una de estas escenas que nos acerca a la danza de incontables estrellas, para cargar sobre un camión oliendo a la más rancia putrefacción, todos los desechos de una ciudad que no duerme. ¿Quién entonces cura esas almas? ¿Acaso se podría fabricar almas que se curen solas, o cicatricen al menos, por si solas? 
Ahora, sobre el parpadeo de las luces de esta sonámbula ciudad, se extienden hacia direcciones opuestas, agigantándose cada vez más, los extremos de esta silueta tan perfectamente recortada en este negro telón, que cae todos los días, haciéndonos parte de una función libre y gratuita, pero ajena a toda cadena de espectáculos de luces de neón. 
Nos sentimos agonizar, sin embargo, por esta dosis de intermitencia interminable (de subidas y bajadas de telones), cuando no sabemos encontrar ese cartel verde que indica, la mayoría de las veces, que todo va bien, u otras tantas: la "salida de emergencia". A veces nos atascamos, como ciego ganado, en esa puerta junto a cientos más, como si todo se tratase de un simulacro y no tuviésemos otro remedio más que escapar. Pero vuelvo la mirada hacia arriba, y cae la primer gota sobre la frente arrugada. ¿Un simulacro? No, aquí nadie nos da chances para simular nada. Simulando no escapamos de algo, hay algo que se escapa de nosotros.
Emir Ozsahin